• La traición
¿Cómo conociste a Hernán Cortés?
Cuando Hernán y sus hombres llegan a Veracruz son atendidos como reyes debido a la creencia generalizada de que él era Quetzalcóatl, que había regresado de su largo viaje para hacer una inspección generalizada de los actos de sus hijos. En ese momento se le regaló de todo, yo entré en ese paquete y en un inicio me dediqué a atender las necesidades de toda esa flotilla. Según palabras del mismo Cortés, mi personalidad y bello físico fueron los factores por los cuales sobresalí de las demás, fue así como en un ascenso vertiginoso dejé de ser una india más, de ahí en adelante sólo serví de manera exclusiva a él.
¿Cómo te convertiste en la lengua de los españoles?
Modestia aparte –sonríe de manera tímida– no sólo era una muchacha bella, además era inteligente, atenta y educada. El padre Aguilar, el mismo que me bautizó como Marina, notó esas cualidades en mí, y ante la imperiosa necesidad de entablar conversaciones entre personajes de ambas civilizaciones, decidió enseñarme a hablar el idioma castellano. El padre también fungía como interlocutor entre ambos bandos, pero ya era de avanzada edad y se requería un sustituto para él.
Acepté gustosa el rol de la lengua, aunque al principio no sabía los terrenos tan fangosos sobre los cuales caminaba, pues lo veía como un trabajo entretenido que me otorgaba la bendición de no ser una más del montón. Es probable que me haya deslumbrado con el poder y seguridad que me rodeaban al ser casi una más de los españoles, no estaba preparada para esos acontecimientos y la inexperiencia me jugó una mala pasada.
¿Te arrepientes de haber sido quien emitía los mensajes de destrucción?
Sí. Desde aquel genocidio perpetrado en Cholula por los españoles, me siento una mala persona. Un vacío recorre todo mi ser desde ese día. Ver la sangre de mi raza derramada a raudales fue algo aterrador, no duermo tranquila desde ese momento. ¡Maldigo mi debilidad! No me perdono haber atentado en contra de los míos, jamás pensé que por amor a un hombre –su voz se hace grave y su frente se arruga– iba a ser cómplice de tantas atrocidades.
Entonces... ¿Crees que traicionaste a tu gente?
En efecto, lo hice y no sabes cuánto me arrepiento –una lágrima resbala por su mejilla, el tiempo parece detenerse, cierra sus ojos, parece querer regresar el tiempo y actuar en contrasentido–. Alguien que oculta la verdadera identidad de unos farsantes sin escrúpulos debe ser llamado mentiroso, traicionero y desleal. Al ser la lengua tuve en mis manos un gran poder, pero sucumbí ante mi egoísmo, antepuse mis deseos a los anhelos y valores de mi pueblo.
Moctezuma habría acabado con los forasteros en cuestión de minutos, los nativos los superábamos en una proporción exorbitante, pero el miedo (temía que Quetzlcoatl lo castigara por no acatar sus órdenes, pues el gran emperador permitía sacrificios humanos sin ningún tipo de justificación; y además las ocho profecías que en teoría antecedían a la caída del imperio se habían cumplido al pie de la letra) y mis palabras, a través de las cuales le aseguré que los españoles sí eran enviados de la serpiente emplumada, paralizaron su cuerpo, alma y mente, su capacidad guerrera se congeló.
¿En algún momento dejaste de lado las enseñanzas de tu abuela?
Sin duda sí lo hice –calla un momento, respira hondo y prosigue–, al convertirme en la lengua desdeñé el amor inculcado por mi abuela respecto a mi tierra. Al no defender a ultranza a Tonantzin y a sus hijos, me convertí en la antítesis de la bondad y el amor que la abuela a través de sus enseñanzas vertió en mi ser. Mejor continuemos con la siguiente pregunta, porque si continúo ejemplificando las ocasiones en las cuales he hecho caso omiso de la sabiduría de mi abuela, ella podría pensar que sus esfuerzos por hacer de mí una mujer de bien fueron en vano.
• Odios y amores
¿Cuánto y cómo influyó Hernán Cortés en tu comportamiento?
A pesar de mis constantes reproches en su contra, yo no diría que él es responsable directo de mis cambios repentinos de conducta durante mi estancia a su lado. Es innegable que la retórica impresa en cada uno de sus discursos dedicados para mí, acrecentaban ese amor hasta cierto punto enfermizo que sentía por él, pues mi espíritu ya no era la esfera de acción dominante en mi ser, mi parte más animal era la conductora de mi accionar. Ese sentimiento tan extraño me convirtió en vocera de la guerra, el hambre, el odio y la muerte. Sin ser conciente de ello, me había transformado en una copia corregida y aumentada de mi madre. Ella me entregó por cacao a unos extraños, yo entregué a mi pueblo por la esperanza de cristalizar un amor. Ahora, dime tú, ¿con qué cara puedo reprocharle algo a mi madre? Yo actué de la misma forma, pero en una escala mayor –Malinalli rompe en llanto, sus sollozos son sinceros, se cubre la cara queriendo esconder no sólo las lágrimas, sino la inmensa vergüenza que inunda su existencia–.
¿Qué es lo que odias de Hernán Cortés y su ejército?
Tendría un sinfín de razones para odiarlos, pero hay detalles intolerables. Su falta de aprecio por la tierra, las cosechas y el maíz (el producto más apreciado en toda Mesoamérica, incluso por encima del cacao y el jade), contrasta con su obsesión por los metales brillantes, en especial el oro, producto que mis antepasados lo consideraban el excremento de los dioses. Me indigna su actitud arrogante y sus aires de grandeza, jamás vi seres tan insensibles y superficiales como los españoles.
Después de todo lo que me has comentado... ¿Sigues amando a Hernán Cortés?
Si te refieres al amor como una sensación carnal producida por la pasión, el deseo y las ganas de estar junto a él, mi respuesta sería negativa. Pero si hablamos de un amor emanado de lo más profundo del espíritu, mi respuesta sería sí. Es difícil dejarlo de amar cuando tengo un hijo que fructificó de la unión de nuestras semillas, parte de la gran bendición de ser madre es gracias a él.
Continuará...
¿Cómo conociste a Hernán Cortés?
Cuando Hernán y sus hombres llegan a Veracruz son atendidos como reyes debido a la creencia generalizada de que él era Quetzalcóatl, que había regresado de su largo viaje para hacer una inspección generalizada de los actos de sus hijos. En ese momento se le regaló de todo, yo entré en ese paquete y en un inicio me dediqué a atender las necesidades de toda esa flotilla. Según palabras del mismo Cortés, mi personalidad y bello físico fueron los factores por los cuales sobresalí de las demás, fue así como en un ascenso vertiginoso dejé de ser una india más, de ahí en adelante sólo serví de manera exclusiva a él.
¿Cómo te convertiste en la lengua de los españoles?
Modestia aparte –sonríe de manera tímida– no sólo era una muchacha bella, además era inteligente, atenta y educada. El padre Aguilar, el mismo que me bautizó como Marina, notó esas cualidades en mí, y ante la imperiosa necesidad de entablar conversaciones entre personajes de ambas civilizaciones, decidió enseñarme a hablar el idioma castellano. El padre también fungía como interlocutor entre ambos bandos, pero ya era de avanzada edad y se requería un sustituto para él.
Acepté gustosa el rol de la lengua, aunque al principio no sabía los terrenos tan fangosos sobre los cuales caminaba, pues lo veía como un trabajo entretenido que me otorgaba la bendición de no ser una más del montón. Es probable que me haya deslumbrado con el poder y seguridad que me rodeaban al ser casi una más de los españoles, no estaba preparada para esos acontecimientos y la inexperiencia me jugó una mala pasada.
¿Te arrepientes de haber sido quien emitía los mensajes de destrucción?
Sí. Desde aquel genocidio perpetrado en Cholula por los españoles, me siento una mala persona. Un vacío recorre todo mi ser desde ese día. Ver la sangre de mi raza derramada a raudales fue algo aterrador, no duermo tranquila desde ese momento. ¡Maldigo mi debilidad! No me perdono haber atentado en contra de los míos, jamás pensé que por amor a un hombre –su voz se hace grave y su frente se arruga– iba a ser cómplice de tantas atrocidades.
Entonces... ¿Crees que traicionaste a tu gente?
En efecto, lo hice y no sabes cuánto me arrepiento –una lágrima resbala por su mejilla, el tiempo parece detenerse, cierra sus ojos, parece querer regresar el tiempo y actuar en contrasentido–. Alguien que oculta la verdadera identidad de unos farsantes sin escrúpulos debe ser llamado mentiroso, traicionero y desleal. Al ser la lengua tuve en mis manos un gran poder, pero sucumbí ante mi egoísmo, antepuse mis deseos a los anhelos y valores de mi pueblo.
Moctezuma habría acabado con los forasteros en cuestión de minutos, los nativos los superábamos en una proporción exorbitante, pero el miedo (temía que Quetzlcoatl lo castigara por no acatar sus órdenes, pues el gran emperador permitía sacrificios humanos sin ningún tipo de justificación; y además las ocho profecías que en teoría antecedían a la caída del imperio se habían cumplido al pie de la letra) y mis palabras, a través de las cuales le aseguré que los españoles sí eran enviados de la serpiente emplumada, paralizaron su cuerpo, alma y mente, su capacidad guerrera se congeló.
¿En algún momento dejaste de lado las enseñanzas de tu abuela?
Sin duda sí lo hice –calla un momento, respira hondo y prosigue–, al convertirme en la lengua desdeñé el amor inculcado por mi abuela respecto a mi tierra. Al no defender a ultranza a Tonantzin y a sus hijos, me convertí en la antítesis de la bondad y el amor que la abuela a través de sus enseñanzas vertió en mi ser. Mejor continuemos con la siguiente pregunta, porque si continúo ejemplificando las ocasiones en las cuales he hecho caso omiso de la sabiduría de mi abuela, ella podría pensar que sus esfuerzos por hacer de mí una mujer de bien fueron en vano.
• Odios y amores
¿Cuánto y cómo influyó Hernán Cortés en tu comportamiento?
A pesar de mis constantes reproches en su contra, yo no diría que él es responsable directo de mis cambios repentinos de conducta durante mi estancia a su lado. Es innegable que la retórica impresa en cada uno de sus discursos dedicados para mí, acrecentaban ese amor hasta cierto punto enfermizo que sentía por él, pues mi espíritu ya no era la esfera de acción dominante en mi ser, mi parte más animal era la conductora de mi accionar. Ese sentimiento tan extraño me convirtió en vocera de la guerra, el hambre, el odio y la muerte. Sin ser conciente de ello, me había transformado en una copia corregida y aumentada de mi madre. Ella me entregó por cacao a unos extraños, yo entregué a mi pueblo por la esperanza de cristalizar un amor. Ahora, dime tú, ¿con qué cara puedo reprocharle algo a mi madre? Yo actué de la misma forma, pero en una escala mayor –Malinalli rompe en llanto, sus sollozos son sinceros, se cubre la cara queriendo esconder no sólo las lágrimas, sino la inmensa vergüenza que inunda su existencia–.
¿Qué es lo que odias de Hernán Cortés y su ejército?
Tendría un sinfín de razones para odiarlos, pero hay detalles intolerables. Su falta de aprecio por la tierra, las cosechas y el maíz (el producto más apreciado en toda Mesoamérica, incluso por encima del cacao y el jade), contrasta con su obsesión por los metales brillantes, en especial el oro, producto que mis antepasados lo consideraban el excremento de los dioses. Me indigna su actitud arrogante y sus aires de grandeza, jamás vi seres tan insensibles y superficiales como los españoles.
Después de todo lo que me has comentado... ¿Sigues amando a Hernán Cortés?
Si te refieres al amor como una sensación carnal producida por la pasión, el deseo y las ganas de estar junto a él, mi respuesta sería negativa. Pero si hablamos de un amor emanado de lo más profundo del espíritu, mi respuesta sería sí. Es difícil dejarlo de amar cuando tengo un hijo que fructificó de la unión de nuestras semillas, parte de la gran bendición de ser madre es gracias a él.
Continuará...