miércoles, 9 de octubre de 2013

Las últimas horas de la última ciudad

Hace unos días terminó el curso "Carlos Fuentes y la literatura fantástica", impartido por Alberto Chimal, al cual tuve la oportunidad de asistir. Como conclusión se nos pidió una breve nota comparativa entre uno de los textos de Fuentes revisados durante el curso y cualquier otro que fuera de nuestro agrado. En seguida les comparto lo que escribí.

El apocalipsis asaltó la ciudad de México y París. Los protagonistas sabían que era inminente, que pasaría “ahí pero dónde, cómo” (Julio Cortázar dixit). Me refiero a Wok y Aída, Celestina y Ludovico. Los primeros son jóvenes que deambulan por Reforma y Satélite; andan a salto de mata, evitando ser alcanzados por el miedo y la desconfianza de los últimos sobrevivientes y por el meteorito que lenta pero incesante, anuncia su llegada, y con ello el fin de la raza humana. Los segundos son arquetipos, resultado de lo que fue, semilla de lo que vendrá; se encuentran en un departamento parisino y se saben los últimos humanos de la Historia.

Wok y Aída pertenecen a “Las últimas horas de los últimos días” de Bernardo Fernández (Bef). Aunque el tema es similar al de “La última ciudad”, capítulo final de Terra Nostra, ya desde el lenguaje utilizado hay una clara diferencia entre Bef y Carlos Fuentes. Bef hace eco del estilo coloquial y desenfadado con el que habla un sector amplio de personas que habitan el centro de México. Fuentes no, pone en boca de los personajes un estilo suntuoso, barroco. Si bien estoy más cercano a la propuesta de Bef –y me gusta–, lo de Fuentes me seduce por su inmensa fuerza, porque suena poderoso y cimbra las entrañas del ser cuando es leído.

A la distancia y sin haberlo conocido ni tratado, Carlos Fuentes tenía una pinta de altivo y pedante que no podía con ella. Y sus textos lo confirman. Lo cual, sin embargo, no merma su calidad de gran escritor. Lo que sí es que subyace en sus relatos de imaginación fantástica: lo místico, lo milagroso, lo extraordinario, lo que linda entre la locura y lo sobrenatural, pocas veces le sucede a hombres y mujeres de escasos recursos o de sectores populares de la sociedad, aquellos que no tienen un presente exitoso o un futuro promisorio.

Bef y Fuentes describen una escena sexual que acerca y renueva a sus personajes, que los une y fortalece antes del devenir del ser en un no-ser: la de “Las últimas horas…” es lacónica, casi anecdótica; la de “La última ciudad” es perturbadora, “tremebunda”, diría Alberto Chimal. Esa vuelta al origen me parece que salva ese último capítulo de la novela total de Fuentes; la descripción de la vuelta al origen resulta abrumadora y fascinante.

La simpleza, la soltura y la capacidad de síntesis de Bef nos brindan un cuento entrañable a pesar de que está enclavado en el fin del mundo, escenario poco propicio para la reflexión, la calma y el cuidado de alguien más que no seas tú. Wok y Aída demuestran que en el fondo los humanos sí tenían cuando menos un poco de humanidad en sus adentros. Como pieza única, es más redonda que el final de Terra Nostra. No obstante, al menos para quien escribe estas líneas, la construcción dialéctica de Fuentes vía la imagen del hermafrodita que se devora, ama y fecunda a sí mismo, es, parafraseando el final del cuento de Bef, el estruendo del terremoto que lo llena todo.

*Si les interesa, dejo las ligas para que lean ambos textos: "La última ciudad" (página 1085 en adelante) y "Las últimas horas..."


viernes, 22 de marzo de 2013

Monólogos de un perro atrapado por la historia

Hace unos días la revista El Malpensante publicó en Twitter el link del texto "Monólogo de un perro atrapado por la historia", de Wislawa Szymborska. En seguida lo abrí y lo leí. La historia siguió girando en mi cabeza y en mis emociones incluso después del punto final. Así, me vi obligado a profanar el texto a través de algunas conjeturas que imaginan el momento histórico que atrapó al perro. Conjeturas narradas por el perro, por supuesto. Si la casualidad te trajo hasta aquí y quieres conjeturar, ¡adelante, el apartado para comentarios es todo tuyo! O si lo prefieres, olvídate de mi necedad (como ya lo hicieron mis contactos de Facebook) y lee a Wislawa.

***

Hay perros de perros. Yo era uno de los elegidos.

Mis papeles estaban en regla y por mis venas corría
        sangre de lobos.
Vivía en las alturas y aspiraba el olor de los paisajes:
praderas asoleadas, abetos después de la lluvia
y pedazos de tierra bajo la nieve.

Tenía una casa decente y había gente pendiente de mí.
Me alimentaban, me bañaban, me acicalaban,
y daba estupendos paseos.
Respetuosamente, sin embargo, comme il faut.
Todos sabían muy bien de quién era perro yo.

Hasta el más pinche gozque puede tener un amo.
Pero, ojo, cuidado con las comparaciones.
Mi amo era de raza aparte.
La espléndida manada seguía cada paso que daba
y fijaba en él los ojos con asombrado pavor.

Para mí siempre esbozaban una sonrisa
tras la cual se vislumbraba una envidia mal disimulada.
Como yo era el único que podía
saludarlo con ágiles brinquitos,
sólo yo podía despedirlo mordiéndole los pantalones.
Sólo a mí me estaba permitido
recibir caricias y reburujes
cuando tenía mi cabeza en su canto.
Yo era el único que podía fingir sueño
mientras él se inclinaba hacia mí para susurrarme algo.

Con frecuencia se encolerizaba y trataba a la gente a los
          gritos.
Gruñía, ladraba y no cabía
entre las paredes del recinto
Sospecho que yo era el único que de veras le gustaba;
nadie más, nunca.

También tenía mis responsabilidades: esperaba
          y confiaba.
ya que él aparecía brevemente y luego se esfumaba.
Qué hacía allá abajo en las llanuras, no lo sé.
Supuse, sí, que debía de ser urgente,
casi tan urgente
como mi batalla contra los gatos
y contra cualquier cosa que se moviera sin razón
          aparente.

Hay destinos de destinos. El mío cambió de repente.
Vino una primavera
y él ya no estaba.
En casa todo se puso patasarriba.
Maletas, cofres, baúles embutidos en automóviles.
Las llantas chirriando a toda velocidad cuesta abajo
y, luego, silencio tras la curva.

En la terraza trozos y escombros en llamas,
camisas pardas, brazaletes con emblemas negros,
y toneladas y toneladas de cartones machacados
desbordantes de estandartes inútiles.

Me vi a la deriva en medio de esta vorágine,
más asombrado que irritado.
Sentí miradas poco amigables sobre mi pelambre,
como si fuera un perro sin amo,
un gozque fisgón
al que espantan escaleras abajo con una escoba.

Alguien arrancó mi collar con adornos de plata,
alguien pateó mi plato, vacío durante días.
Luego alguien más, antes de alejarse,
se apeó del carro
y me pegó un par de tiros.

Ni siquiera sabía disparar derecho,
pues me vi moribundo durante largo tiempo,
          en medio del dolor,
a merced del zumbido impertinente de las moscas.
Yo, el perro de mi amo.


***

Conjeturas

Año 1940. Alemania irrumpe en el país galo.

Hace unos días los miembros de la SS tomaron París, el presidente dimitió y la gente huye despavorida hacia España... Allí vienen. Acaban de llegar a una campiña a media hora de Bordeaux. El clima, a pesar de que la primavera lleva días haciendo sonreír a los girasoles, es frío, cala los huesos. Huele a incertidumbre. Él, desencajado, se traga el llanto. No es su familia, ellos están a salvo en Madrid. (A salvo del nazismo, porque el franquismo ya los tiene en la mira). Es su nacionalismo herido: cómo carajo el ejército más afamado del mundo -heredero de la estirpe de Napoleón- pudo ser humillado por esos bárbaros desabridos que hace menos de un siglo se odiaban entre sí y no eran alemanes sino prusianos.

Pasos y ladridos. Entre más cercanos los pasos, más sonoros los ladridos. En el patio trasero, los perros agolpados, excitados. Gritos que no entiendo, ni ellos se entienden. Golpes, más golpes. Risas estruendosas. Silencio. Él, mi amo, ya no está más. No percibo el aroma de los otros, los de mi raza. Horas después de que llegaron los intrusos, escuché balazos, palazos. Me descubrieron cuando hurgaron en el granero, donde mi amo, benévolo y piadoso, me escondió para que no sufriera la suerte de los demás. No me han matado hasta ahora, sin embargo cada que se enfurecen vienen y se desquitan conmigo.

Hoy se les fue la mano. La sangre que escurre de mi pulmón forma un charco donde claramente está la cara de él, la cara de mi amo. En el delirio me veo persiguiéndolo, estrechando el vínculo y reduciendo la angustia, la distancia.


viernes, 8 de marzo de 2013

Archipiélago: el devenir de la isla


Contrario a la sentencia popular, hay cosas que sí son lo que parecen y hechos que, sin más, no tienen un porqué. 

Debatan la frase anterior no sin antes considerar la siguiente carta que me encontró en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería mientras buscaba una parte de mí en la bolsa sucia y roída de la basura (¿cuántas mitades de mí he dejado en el camino tras cada una de las colisiones que he protagonizado? Ergo, ¿soy una ínfima parte de lo que algún día fui, o creí haber sido, o pude haber sido?).

“¿Cuál es la diferencia entre signo y símbolo?”, le preguntó Myu a Sumire. Exactamente la misma pregunta que ella, una semana antes, me había hecho. Traté de recordar mis clases de teoría de la comunicación y esbocé una respuesta sin tanto choro no tan clara. Me pasa con ésta y otras nociones del mundo lo que a San Agustín con la definición de tiempo: “si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, no sé explicarlo.” A diferencia de Sumire, no desperté a ningún amigo a las tres y media de la madrugada para que me ayudara a entender esa diferencia y así explicarla con mayor soltura la próxima vez; si acaso había próxima vez. ¿La habrá?

¿Por qué con tantos libros por leer había elegido uno que hasta hace dos días no tenía contemplado? ¿Y por qué algunas páginas parecían estar redactadas a partir de mis vivencias de los últimos días? Antes que me tachen de exagerado, enlistaré siete coincidencias (?):
* Sumire conoció a Myu en un evento al que no estaba segura de ir.
* Sumire no eligió su asiento, por lo tanto tampoco eligió quedar a un lado de Myu.
* Cuando posó sus ojos sobre Myu, un rayo cruzó la atmósfera de Sumire, atravesó su núcleo y la fulminó.
* Myu tenía una pareja a quien casi no veía.
* Myu tenía mayor experiencia que Sumire. No sólo por haber nacido antes sino por lo que hasta entonces había enfrentado. Con sutileza y elegancia desplegaba los conocimientos aprehendidos.
* Sin saber quién era, Myu confió en Sumire. Le regaló una nube que, como la de Gokú, era capaz de transportarla a donde ella quisiera. Un lugar distinto cada vez.
* Era tanta la energía en el núcleo de Sumire, que pudo, por fin, cruzar la frontera del “nunca he hecho esto; mejor me callo y me siento”. Acto seguido se encontró con otra frontera, la de Myu: “sí me gustaría pero no ahora mismo no puedo; quién sabe después”. 

Ella vino a revolver todos los papeles de mi cajón secreto. El cajón del fondo del escritorio, aquel que resguardo con llave. ¿Acaso me robó la llave? Y si ya tenía una copia de la llave, ¿cómo la consiguió? Recién terminé de pensar en esto, abrí los ojos y la busqué con vehemencia por toda la habitación. Para entonces ella ya era un recuerdo de ese encuentro fortuito a las afueras del baño, luego de no vernos ¡durante casi 48 horas!: ese abrazo apretado, reparador y larguísimo, esa mejilla tersa y colorada a la que besé en una, dos y hasta tres ocasiones, ese “me dio mucho gusto verte”, que en realidad quiso decir “me estoy enamorando de ti.”

Recuerdo la noche en que tras rescatar unas flores y entregárselas, subí corriendo las escaleras y llegué a la azotea del Palacio. Me recosté sobre una plataforma y, aturdido, me entregué a los brazos de la noche. Ahogué el llanto en tanto pensaba si desde la torre latino alguien me estaría observando. Sin lentes y envuelto por una negritud insondable, me sentía más vulnerable que de costumbre. 

No estoy seguro, no estoy para nada seguro de haberle entregado una hojita verde donde le confesaba que nuestro vínculo era el sueño de alguien más. Para darle fuerza a mi argumento cité seis imposibilidades –como Alicia antes de cortarle la cabeza al Jabberwocky. 

Ahora tengo miedo. Soy como ese perrito asustado que da vueltas alrededor de la casa de mi amigo. Sin noción del tiempo, sin guarida y con la guardia desvanecida, idéntico al boxeador que pide a gritos ser noqueado e irse a casa a lamerse las heridas.

***

Así, de la nada, Murakami me asestó un rodillazo en el bajo vientre. Mientras estuve en el piso, masculló en español: “¿ya ves, cabrón?, y tú que no querías leerme. Gracias a que no tenías grandes expectativas conmigo me ha resultado más fácil sorprenderte.”

viernes, 25 de enero de 2013

Sentipensando el sur

Una vez más, una vez más todo conspira contra mí. Yo mismo conspiro contra mí. Me levanté tarde, no comí, elegí la peor ruta, salí a la hora pico. Todo, como siempre, todo lo hice mal. Camino y camino, la fila no termina. Me agobio, me desespero, estoy sudando, las manos me tiemblan y el rostro lo llevo desencajado; sufro por anticipado. Busco a alguien conocido y nada. La fila continúa dos estacionamientos después, esto no puede ser posible, como si de veras les gustara tanto él. Si no lo veo me muero, tengo el presentimiento de que es ahora o nunca. Hace 4 años no fui por un examen, hoy no había pretexto. Carajo, ve hasta dónde me tocó. ¿Desde a qué hora están formados los de adelante? Ni que fuera un concierto. Son las 4:45; ya valí.

Ya váyanse, no van a entrar, hasta aquí son más de 3 mil personas y la sala sólo tiene capacidad para mil 500; ni modo, a'i pa' la otra, dice el señor de la UNAM. Al carajo, yo me quedo, a ver hasta dónde avanza la fila pero yo no me salgo. Antes prefiero dar portazo o armar un mitote con otros para que nos dejen entrar. ¿Por qué no previeron esta situación? ¿Por qué no habilitan los cines y las salas alternas para que, por lo menos, el evento se vea en pantalla? ¿Es tan difícil organizar algo bien? ¿Así quieren que esté orgulloso de la Universidad en la que estudié? Y todavía se pavonean diciendo que "somos la mejor Universidad del país y una de las mejores 50 del mundo". Sí cómo no.

Ya cállense, o serán la gota que derrame mi vaso. Esperen callados y si no lárguense. No lo dije en voz alta pero como si lo hubiera dicho. Allá van, prefirieron ir a la Facultad donde Gael García está presentando su película. Es buen actor pero está sobrevalorado, ¿no? Vaya, a mí qué, yo ni charolastra soy.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho. Hasta aquí, advierte el vigilante. Una más, una ronda más. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete (¡sí!, ya la hice, ¡no que no!), ocho. ¿Adónde me llevan? ¿Sí habilitaron los cines? Que suba por ahí, ah no, por allá. No que siempre no, regrésate, ve a la derecha y sube por esas escaleras. Bueno pues quién creen que soy, decídanse o... No puede ser cierto. Las piernas me flaquean más que cuando regreso de correr y la pendiente del Cerro de la Estrella se burla de mí. No hay ventanas, Dios, me hace falta aire y un buen pellizco. Que me siente ahí, uno más a la derecha, junto al sombrerudo. La suerte nunca ha sido mi compañera, entonces ¿qué pasó? Entré, lo voy a ver en vivo y... y... Esto no puede ser real, deja me pongo mis lentes. Agua, necesito agua. El destino siempre me ha dado la espalda, ¿por qué hoy no? 

No debemos grabar. No lo hubieran dicho, toda prohibición invita a romper la regla. Ya todos traen sus cámaras y celulares en mano. ¿Y ahora con quién se están tomando fotos allá abajo? ¿Cuauhtémoc? Eso dicen dos señoras que están atrás de mí. Ah, claro, Cuauhtémoc Cárdenas. Ese traidor, ojalá tuviera la mitad de los huevos que tuvo su papá. Ése sí fue presidente y no pedazos. Tercera llamada, ya, tercera llamada, siéntense. Datos, más datos, ya que salga. Se me secó la boca, ¿dónde puse las pastill... ¡¡¡Ahí está!!! Es él. Contengo las lágrimas, pensé que esta dicha me estaba negada. Lo aplaudo, sonrío como tonto. Agita su manita y camina lento hasta su silla en medio del escenario. Lo bañan tenues luces rojas y moradas. 

Estoy realmente tocado. Soy un agradecido de escuchar sus historias en vivo. Da igual si sólo está leyendo y no interactúa. Da igual, tenerlo aquí entre nosotros ya es bastante alentador. Porque nosotros somos los otros, los nadie, los hijos de los días.

No, no te vayas. ¡No, por favor, Dios, que no termine! Se me sale una lágrima y volteo a la derecha, este cuate no me vio, menos mal. Le aplaudo incluso cuando ya no está, me dejo caer en la silla, deslumbrado. Pásale, ni que tuvieras tanta prisa, total, ni tu sombrero ni tu mala leche van a arruinar este día. Me quedo ahí dos minutos, absorto.

Señor, disculpe, ¿y los baños? Vaya payaso, ¿o era sordo? Qué va, me tiro de a loco. Ni que lo necesitara, si aguanto hasta mi casa. Dany, dice alguien. Volteo. Hola, cómo están, qué gusto, vámonos juntos, ¿va? Ya están. Son Mar y Lidia, unas amigas muy queridas y simpáticas. Siento pena de verlas, me invitaron a venir con ellas hace como un mes, les dije que no porque creí que vendría con alguien más, y nada, al final vine solo. 

Me siento protagonista de la canción de Los Bunkers: "llueve sobre la ciudad, porque te fuiste y ya no queda nada más"… ¿Entonces qué? ¿Nos lanzamos así o esperamos el camioncito? Así, a mí no me molesta que me cubra la lluvia. Claro, es la mar, del agua viene y al agua va. A mí también me gusta mojarme, vámonos caminando hasta el Metro. Sí, muy bien, todo es ánimo. Y cómo no si el rayito más cálido del sol de la bandera charrúa nos acaba de calentar e iluminar.

Pero ese calor se quedó sólo en el alma, porque a la mitad del camino el cuerpo ya me tirita. La lluvia intensa y los vientos del sur aplacan hasta a los muchachos más aventados. Córranle, nos deja el Metro. Sí llegamos, no, ¡sí! ¡Eh! Hasta sentados. Separados pero unidos por la misma experiencia compartida hace una hora. Adiós, cuídense, voy a probar la línea dorada; gracias, gracias, igualmente. Un besito, chao.

Caray, mi chamarra apesta a humedad. Aquí hace calor, préndanle al ventilador. No me malvea, señor, vengo así porque caminé bajo la lluvia. A usted seguro le llueve en su vida y por eso se la quiere cobrar conmigo. Al fin que yo me bajo a la otra.

Así, con pasos lentos y torpes, saltando charcos y luego de los palos que me propinó la angustia, mi mente y el clima, me voy arrimando a un día feliz.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Calaverita borgiana


Por las calles de Buenos Aires
se le ve transitar,
es un viejo, es un tal Borges,
o quizá es Pierre Menard.

De la mano de una dama
(¿la Kodama o su mamá?)
da pasitos taciturnos
que lo alejan de este mundo.

Bioy lo encuentra y le pregunta:
“¿qué hacés con ella?, ¿adónde crees que vas?”
A lo cual Georgie contesta:
“me llevá a la biblioteca,
me leerá en santa paz.”

Con desdén y algarabía, la dama desvela su identidad:
“soy la muerte, y esta noche te he de llevar
a una biblioteca en suelo suizo,
que a partir de ahora será tu paraíso.”