Tras 20 años de intentos fallidos por separarme de mi sombra, abstraerme de mis emociones e ideas, y verme de frente sin la necesidad de utilizar un espejo, el redactar una autobiografía me parece un acto absolutamente demagógico, una pretensión insulsa, pues si en esas dos décadas no he logrado esbozar una definición convincente sobre ¿quién soy?, para mí, menos lo podré hacer en dos cuartillas sobre ¿quién soy?, para ti.
Mis primeros 12 meses fuera del útero de mi madre fueron bastante convulsivos: mi aparato digestivo era incapaz de procesar adecuadamente los alimentos que me daban; sufrí una caída de dos pisos en el edificio donde vivía, ya que salí del departamento mientras estaba en mi andadera, y al llegar a los barandales perdí el control del vehículo, el cual se volteó provocando mi estrepitosa caída; y por si fuera poco, la separación física y sentimental de mis padres.
A partir de los acontecimientos anteriores gocé de tan buena salud que hasta me decían “bolito” (juzgue usted). Sin embargo, esa época de bonanza hoy parece un mito urbano, pues actualmente algunos me dicen “flaquito” (de nuevo, juzgue usted).
Ante la huida –física y moral– de mi progenitor, me convertí en el hombre de la casa antes de siquiera entrar al kinder. Desde entonces vivo con mi mamá –la bondad hecha persona– y con mi hermana, quien es año y medio menor que yo.
Mi instrucción escolar inició en una guardería del ISSSTE, donde aprendí el valor de la resistencia física y la fortaleza mental, gracias a que la comprensiva maestra Maribel nos amenazaba con picarnos con una aguja si nos atrevíamos a desacatar sus órdenes que consistían en no correr, no gritar y no empujar.
En la primaria Plan de Iguala tuve la oportunidad de crecer en todo sentido, divertirme mucho, aprender conocimientos valiosos e incluso aprehender valores éticos que aún me son útiles e indispensables. Los diplomas que obtuve por mi promedio general y mi inclusión en la escolta no los considero grandes logros puesto que no era muy difícil alcanzarlos, pero su importancia reside en que desde aquellos tiempos me quedó claro que los números eran lo de menos, debía avocarme a extraer lo mejor de cada escuela, de cada materia, de cada persona.
Cuando ya estaba en la Secundaria Técnica 97 me hice consciente de algunos problemas que me aquejaban: timidez excesiva, mal carácter y la carencia de autocontrol de mis emociones. Estos factores me acarrearon múltiples problemáticas, principalmente en el ámbito familiar. A pesar de todo, mi mamá nunca me dejó a la deriva, siempre pugnó por hacer de mí un individuo de razones y principios. Aunque hoy día no he exterminado esas falencias al cien por ciento, debo reconocer que me he enfocado en desmarcarme lo más posible de ellas.
Un suceso que me marcó sobremanera fue la enfermedad que se apoderó de mi abuela materna, quien pasó sus últimos años de vida en mi casa, donde finalmente murió en 2006, víctima de las secuelas del Alzheimer. Representó un shock tremendo para mí el hecho de ir presenciando el desgaste físico y mental que iba mermando a quien a mi juicio es el mejor ser humano con quien he convivido. Curiosamente esa experiencia tan amarga unió como nunca a la familia, y en lo particular, fue una oportunidad para explorar mis adentros y manifestar lo mejor de ellos. Por cierto, en un abrir y cerrar de ojos ya deambulaba por los pasillos de la prepa 5.
En la Facultad de Coapa pasé las mismas horas en las aulas que en las canchas de futbol. Afortunadamente nunca he probado los sinsabores de los extraordinarios, mi desempeño académico ha sido decente, sin sobresaltos, por lo que siempre he tenido vacaciones completas y grandes tiempos libres, los cuales he utilizado de la siguiente forma: dormir-ocio-comer-jugar-comer-leer-ocio-dormir, a grandes rasgos así ha sido mi vida lejos de la escuela. Sé que además de cínico puedo parecer un flojo –y sí, lo soy–, pero tampoco pretendo mostrarme al mundo con la máscara del joven exitoso y proactivo.
La pasión por los deportes ha sido una constante en mi vida. Desde niño he disfrutado intensamente tanto jugarlos como verlos. Cuando los tomé en serio pasaron dos cosas: jugando con las fuerzas básicas del Pachuca me lesioné la rodilla, lo cual me hizo desistir de mi ilusión de jugar profesionalmente, así que busqué una herramienta que me posibilitara estar cerca de los pormenores del deporte, por ello elegí Comunicación y Periodismo, en la afamadísima FES Aragón. No espero revolucionar los medios en México ni mucho menos, sólo deseo revolucionar mi mente, acrecentar mi espíritu y poder verme a los ojos sin miedo. Es cuanto.