“Hoy no me quiero levantar”, reza una célebre frase. Este jueves me va como anillo al dedo. No recuerdo qué soñé, lo que sí sé es que no fue algo dulce, a pesar de ello preferiría quedarme en la calidez de mi cama, cubierto por las cobijas, rodeado de almohadas. No quiero salir al mundo lleno de prisa, de peligros en cada esquina, de miradas frías y actitudes ariscas. Tampoco quiero ser víctima de los inclementes rayos solares. Hoy no.
Frente al espejo lo que miro no me gusta. El cabello me ha crecido demasiado en los últimos días y por más agua que le pongo se niega a acomodarse. En vista de su rebeldía decido ponerle un hasta aquí: “Iré a que lo recorten”. Cepillo mis dientes, me pongo unos pants y enfilo hacia la puerta.
Tras cinco minutos de camino estoy frente a la estética. La chica que atiende está fuera del local platicando con un joven. “¿Estás ocupada?”, le cuestiono con amabilidad. “No, te estaba esperando”, contesta mientras suelta una carcajada. Me agarra en curva, por ende sólo acierto a contestar: “Gracias”, acompañando por una risa breve, tímida y sincera.
Me siento frente a un amplio espejo ovalado. Pido casquete corto, sin ninguna especificación particular, pues lo que me interesa es quitarme esta melena. El ritual de Majo (como es conocida en la colonia) es único: se acerca a la grabadora y elige el ritmo bajo el cual se moverá para hacer su trabajo, canta las primeras líneas de la canción que suena y hace entrar la máquina al costado de mi cabeza, donde los rebeldes están atrincherados. Uno a uno caen al piso. Los veo con desdén, esbozo una sonrisa y disfruto de una victoria parcial.
La Onda Vaselina nos envuelve con su famoso: “Vuela más alto más, vete más lejos ya”. Personalmente no gusto de esa agrupación ni de esa corriente musical, pero el ver a Majo contenta e inspirada por esas profundas letras me pone de buenas, porque es importante que la gente haga lo que le gusta con pasión, con convicción.
Ya entrado en confianza le pregunto por su situación económica: “Me va bien aquí, pero tengo que estar casi todo el día”. Continúa moldeando mi cabellera y agrega: “Gracias a que estoy en algunas tandas y a que me sé administrar puedo darme algunos lujitos”.
“Me gusta estar a la moda, probar nuevos looks”, platica orgullosamente. Quizá por eso cada vez que la veo tiene un tinte distinto, como el rubio casi fosforescente que ahora la acompaña. Hace dos años que vive sola, renta un departamento cerca del metro Cerro de la Estrella: “Es difícil sostener sola los gastos de una casa, pero ayuda a madurar”.
“Los políticos me dan asquito, sus decisiones nos han hundido… Cada vez rinde menos el dinero”, confiesa. Reconoce que evita leer y ver las noticias para no deprimirse: “Muertos por aquí y por allá, esto parece no tener fin. Cuando llego a casa lo único que quiero es relajarme, no pensar en lo malo que nos rodea”.
Pone un poco de talco en mi nuca, lo remueve y suelta un: “Listo, corazón”. Me siento más ligero, más joven, pero también siento pena por los cabellos que yacen en el piso, quizá fui muy enérgico con ellos, ¿y si con un poco de gel se hubieran alineado?... Demasiado tarde, en este instante ellos deben estar en un bote o en una bolsa, lamentando haber crecido, añorando su niñez, aquellos días en que yo los quería y ellos me obedecían.
Dos horas han pasado desde que dejé parte de mí en el interior de Studio Style. 300 gramos de cabello, 400 gramos de apatía, 500 gramos de nostalgia y 600 gramos de una decisión visceral, son el saldo del suceso.
Por enésima ocasión me deslizo en las entrañas del Metro rumbo a la FES Aragón. En el trayecto entre Candelaria y Morelos siempre me gusta observar el Congreso de la Unión. Hoy no es la excepción, sin embargo, mi atención es atrapada por una manta llena de letras rojas y mucho fervor que indica lo siguiente: “Los derechos laborales no son negociables, el puesto de Lozano y el enano espurio sí lo son”. En mis auriculares suena Don’t give up this fight, de The Magic Numbers, como un mensaje (in)directo, casual y solidario para los trabajadores que aún defienden sus garantías individuales –y colectivas.