Hace unos días terminó el curso "Carlos Fuentes y la literatura fantástica", impartido por Alberto Chimal, al cual tuve la oportunidad de asistir. Como conclusión se nos pidió una breve nota comparativa entre uno de los textos de Fuentes revisados durante el curso y cualquier otro que fuera de nuestro agrado. En seguida les comparto lo que escribí.
El apocalipsis asaltó la ciudad de México y París. Los protagonistas sabían que era inminente, que pasaría “ahí pero dónde, cómo” (Julio Cortázar dixit). Me refiero a Wok y Aída, Celestina y Ludovico. Los primeros son jóvenes que deambulan por Reforma y Satélite; andan a salto de mata, evitando ser alcanzados por el miedo y la desconfianza de los últimos sobrevivientes y por el meteorito que lenta pero incesante, anuncia su llegada, y con ello el fin de la raza humana. Los segundos son arquetipos, resultado de lo que fue, semilla de lo que vendrá; se encuentran en un departamento parisino y se saben los últimos humanos de la Historia.
Wok y Aída pertenecen a “Las últimas horas de los últimos días” de Bernardo Fernández (Bef). Aunque el tema es similar al de “La última ciudad”, capítulo final de Terra Nostra, ya desde el lenguaje utilizado hay una clara diferencia entre Bef y Carlos Fuentes. Bef hace eco del estilo coloquial y desenfadado con el que habla un sector amplio de personas que habitan el centro de México. Fuentes no, pone en boca de los personajes un estilo suntuoso, barroco. Si bien estoy más cercano a la propuesta de Bef –y me gusta–, lo de Fuentes me seduce por su inmensa fuerza, porque suena poderoso y cimbra las entrañas del ser cuando es leído.
A la distancia y sin haberlo conocido ni tratado, Carlos Fuentes tenía una pinta de altivo y pedante que no podía con ella. Y sus textos lo confirman. Lo cual, sin embargo, no merma su calidad de gran escritor. Lo que sí es que subyace en sus relatos de imaginación fantástica: lo místico, lo milagroso, lo extraordinario, lo que linda entre la locura y lo sobrenatural, pocas veces le sucede a hombres y mujeres de escasos recursos o de sectores populares de la sociedad, aquellos que no tienen un presente exitoso o un futuro promisorio.
Bef y Fuentes describen una escena sexual que acerca y renueva a sus personajes, que los une y fortalece antes del devenir del ser en un no-ser: la de “Las últimas horas…” es lacónica, casi anecdótica; la de “La última ciudad” es perturbadora, “tremebunda”, diría Alberto Chimal. Esa vuelta al origen me parece que salva ese último capítulo de la novela total de Fuentes; la descripción de la vuelta al origen resulta abrumadora y fascinante.
La simpleza, la soltura y la capacidad de síntesis de Bef nos brindan un cuento entrañable a pesar de que está enclavado en el fin del mundo, escenario poco propicio para la reflexión, la calma y el cuidado de alguien más que no seas tú. Wok y Aída demuestran que en el fondo los humanos sí tenían cuando menos un poco de humanidad en sus adentros. Como pieza única, es más redonda que el final de Terra Nostra. No obstante, al menos para quien escribe estas líneas, la construcción dialéctica de Fuentes vía la imagen del hermafrodita que se devora, ama y fecunda a sí mismo, es, parafraseando el final del cuento de Bef, el estruendo del terremoto que lo llena todo.
*Si les interesa, dejo las ligas para que lean ambos textos: "La última ciudad" (página 1085 en adelante) y "Las últimas horas..."