• Nostalgias
¿Extrañas a la antigua Tenochtitlan?
Sí –enfatiza no sólo con su palabra, sino con la postura de toda su figura–, es el lugar más hermoso y mágico visto por mis ojos. A pesar de que nunca viví en Tenochtitlan, sí tuve la oportunidad de visitar la ciudad en diversas ocasiones. Los palacios eran estupendos; los canales tenían un caudal esplendoroso y aguas cristalinas; las calles estaban llenas de colorido; el tianguis de Tlatelolco era impresionante, algo inverosímil, en él se hacía gala de los productos más sofisticados, novedosos y preciosos; y la gente era amable, simpática y solidaria. Tenochtitlan es la prueba fehaciente del amor de los dioses hacia los humanos, de ese amor no valorado por los españoles y por mí, ellos por ignorantes y yo por narcisista.
¿Cómo crees que se siente Tonantzin con lo acontecido? Si la tuvieras ante ti, ¿qué le dirías?
Creo que debe sentirse violentada y decepcionada –inclina su torso y con la palma de su mano izquierda toca de manera sutil el suelo–, pero es una excelente madre, en su infinito amor y misericordia estoy segura que ha perdonado a todos los responsables de esta hecatombe. Si pudiera ir al cerro del Tepeyac, sitio donde reside nuestra alma máter, le pediría perdón desde lo más hondo de mi corazón, le suplicaría que renovara mi ser, arrancando la maldad de mi mente y de mi alma.
¿Cuál es tu concepción del nuevo mundo producto de la mezcla racial entre indios y españoles?
Mi concepción es bastante ambigua. Por un lado me siento miserable de haber sido cómplice de este cambio tan drástico, de la pérdida de nuestras tradiciones, costumbres y valores, sin embargo no puedo regresar el tiempo, por ende vislumbro el panorama de la siguiente forma: –se acomoda el cabello, resopla y continúa– mi hijo es desde ahora miembro de una nueva generación de seres humanos, de una nueva raza, es la mezcla de dos mundos distintos, es junto con otros niños la piedra angular para el comienzo de un nuevo pueblo, con valores, costumbres e ideas renovadas. Es por eso que a veces me pregunto... ¿Y si fui concebida para ser el enlace entre españoles e indígenas? ¿Y si mi destino era unir a dos razas a través del amor? ¿Y si el sacrificio de miles de vidas era necesario para depurar los males que aquejaban a mi pueblo? ¿Por qué Quetzalcóatl no defendió a los suyos? ¿Acaso la serpiente emplumada estaba de acuerdo con dicha fusión? ¿Y si la sangre derramada era un tributo necesario para recibir el perdón de los dioses, y en consecuencia una eventual bendición? No sé si alguna de mis preguntas tenga sentido, pero sí sé que son un pequeño alivio para acallar mi conciencia.
¿Cómo influyó el abandono de tu madre en la relación con tu hijo?
Tuvo una influencia muy peculiar, pues es factible que de manera inconsciente yo haya repetido el mismo patrón de conducta. Mi madre me abandonó para ser libre y fugarse con su hombre, y yo abandoné a mi hijo por seguir a Hernán en su búsqueda enfermiza por obtener más territorios, riquezas y poder. Por suerte rectifiqué el camino, regresé con mi hijo y formé una familia con Jaramillo.
• El presente
Jaramillo es tu compañero hoy día, ¿qué visión tienes de él como ser humano?
Jaramillo es el mejor hombre que he conocido. Su calidez, amabilidad y bondad son los aspectos más entrañables de su persona. Desearía haberme enamorado de él antes de embaucarme con Hernán, pero ahora agradezco infinitamente al Universo la oportunidad, por cierto inmerecida, de darme un compañero amoroso con quien puedo compartir el resto de mi existencia.
Hace unos momentos mencionaste que el padre Aguilar fue quien te bautizó con el nombre de Marina, ¿te gusta el nombre?
Cuando el padre Aguilar me otorgó ese nombre he de confesar que no quedé satisfecha, no porque me disgustara, sino porque sólo me había dicho “Marina es la que proviene del mar”. Necesitaba encontrar una mayor significación, por eso me dediqué a enseñorear mi propio nombre. Si Malinalli significa hierba trenzada, y todas las hierbas necesitan del agua para subsistir, inferí que tengo asegurada la vida eterna, soy inmortal, pues el agua es eterna y por siempre alimentará mis raíces.
• Anhelos
Si hoy fuera tu último día de vida, ¿cuál sería tu último deseo?
Me surgen muchas ideas en este instante, pero creo que mi último deseo sería fundirme con el Universo, ser absorbida por la naturaleza, nacer a la eternidad, velar por mi hijo y por mi esposo desde el más allá. Desearía emerger radiante como el sol de la mañana.
¿Extrañas a la antigua Tenochtitlan?
Sí –enfatiza no sólo con su palabra, sino con la postura de toda su figura–, es el lugar más hermoso y mágico visto por mis ojos. A pesar de que nunca viví en Tenochtitlan, sí tuve la oportunidad de visitar la ciudad en diversas ocasiones. Los palacios eran estupendos; los canales tenían un caudal esplendoroso y aguas cristalinas; las calles estaban llenas de colorido; el tianguis de Tlatelolco era impresionante, algo inverosímil, en él se hacía gala de los productos más sofisticados, novedosos y preciosos; y la gente era amable, simpática y solidaria. Tenochtitlan es la prueba fehaciente del amor de los dioses hacia los humanos, de ese amor no valorado por los españoles y por mí, ellos por ignorantes y yo por narcisista.
¿Cómo crees que se siente Tonantzin con lo acontecido? Si la tuvieras ante ti, ¿qué le dirías?
Creo que debe sentirse violentada y decepcionada –inclina su torso y con la palma de su mano izquierda toca de manera sutil el suelo–, pero es una excelente madre, en su infinito amor y misericordia estoy segura que ha perdonado a todos los responsables de esta hecatombe. Si pudiera ir al cerro del Tepeyac, sitio donde reside nuestra alma máter, le pediría perdón desde lo más hondo de mi corazón, le suplicaría que renovara mi ser, arrancando la maldad de mi mente y de mi alma.
¿Cuál es tu concepción del nuevo mundo producto de la mezcla racial entre indios y españoles?
Mi concepción es bastante ambigua. Por un lado me siento miserable de haber sido cómplice de este cambio tan drástico, de la pérdida de nuestras tradiciones, costumbres y valores, sin embargo no puedo regresar el tiempo, por ende vislumbro el panorama de la siguiente forma: –se acomoda el cabello, resopla y continúa– mi hijo es desde ahora miembro de una nueva generación de seres humanos, de una nueva raza, es la mezcla de dos mundos distintos, es junto con otros niños la piedra angular para el comienzo de un nuevo pueblo, con valores, costumbres e ideas renovadas. Es por eso que a veces me pregunto... ¿Y si fui concebida para ser el enlace entre españoles e indígenas? ¿Y si mi destino era unir a dos razas a través del amor? ¿Y si el sacrificio de miles de vidas era necesario para depurar los males que aquejaban a mi pueblo? ¿Por qué Quetzalcóatl no defendió a los suyos? ¿Acaso la serpiente emplumada estaba de acuerdo con dicha fusión? ¿Y si la sangre derramada era un tributo necesario para recibir el perdón de los dioses, y en consecuencia una eventual bendición? No sé si alguna de mis preguntas tenga sentido, pero sí sé que son un pequeño alivio para acallar mi conciencia.
¿Cómo influyó el abandono de tu madre en la relación con tu hijo?
Tuvo una influencia muy peculiar, pues es factible que de manera inconsciente yo haya repetido el mismo patrón de conducta. Mi madre me abandonó para ser libre y fugarse con su hombre, y yo abandoné a mi hijo por seguir a Hernán en su búsqueda enfermiza por obtener más territorios, riquezas y poder. Por suerte rectifiqué el camino, regresé con mi hijo y formé una familia con Jaramillo.
• El presente
Jaramillo es tu compañero hoy día, ¿qué visión tienes de él como ser humano?
Jaramillo es el mejor hombre que he conocido. Su calidez, amabilidad y bondad son los aspectos más entrañables de su persona. Desearía haberme enamorado de él antes de embaucarme con Hernán, pero ahora agradezco infinitamente al Universo la oportunidad, por cierto inmerecida, de darme un compañero amoroso con quien puedo compartir el resto de mi existencia.
Hace unos momentos mencionaste que el padre Aguilar fue quien te bautizó con el nombre de Marina, ¿te gusta el nombre?
Cuando el padre Aguilar me otorgó ese nombre he de confesar que no quedé satisfecha, no porque me disgustara, sino porque sólo me había dicho “Marina es la que proviene del mar”. Necesitaba encontrar una mayor significación, por eso me dediqué a enseñorear mi propio nombre. Si Malinalli significa hierba trenzada, y todas las hierbas necesitan del agua para subsistir, inferí que tengo asegurada la vida eterna, soy inmortal, pues el agua es eterna y por siempre alimentará mis raíces.
• Anhelos
Si hoy fuera tu último día de vida, ¿cuál sería tu último deseo?
Me surgen muchas ideas en este instante, pero creo que mi último deseo sería fundirme con el Universo, ser absorbida por la naturaleza, nacer a la eternidad, velar por mi hijo y por mi esposo desde el más allá. Desearía emerger radiante como el sol de la mañana.
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