viernes, 17 de junio de 2011

Inhalar jazmín para exhalar utopías

La revolución del jazmín surgió como consecuencia del nocivo y decadente modelo neoliberal, a la par de la decadencia de EU y su caduco orden unipolar.  Es una respuesta de los jóvenes ante el agobio de los gobiernos totalitarios y la decadencia económico-político-social del mundo actual. Este movimiento bien podría ser resumido a través de un #TuitCallejero observado hace unos días en la Plaza del Sol de Madrid: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”.

Cabe mencionar que Túnez no fue el país donde todo surgió, ya que años antes se dieron revueltas y manifestaciones en Nigeria, Costa de Marfil y Egipto. Sin embargo, los tunecinos fueron los primeros en derrocar a un dictador, en quitarse de encima el yugo que los oprimía. He ahí la importancia de Túnez: unificó a la mayoría de la población contra el sátrapa de Ben Alí; recordó cuán importante es ejercer la participación ciudadana para acceder al poder real, mediante el cual es posible mejorar las condiciones de vida de todos; y le transfirió valentía a los pueblos de otras naciones, en especial a sus vecinos del Magreb y a las mayorías étnicas dominadas por las casas reales en los territorios que forman parte del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo.

Mohammed Bouazizi fue la chispa que detonó la explosión. Se prendió fuego ante la mirada atónita de propios y extraños. Se inmoló porque lo que tenía ya no era vida, porque como tantos otros no tenía en sus manos la posibilidad de brindarle un mejor presente-futuro a su familia. Bouazizi prefirió perder la vida antes que la dignidad. Tal vez en el fondo de su ser tenía la ilusión de que su acto fuera un aliciente para aquellos que, llenos de hartazgo y decepción, aún no se habían levantado contra el grupo hegemónico que a diario los violentaba. Su muerte trajo vida y esperanza; su alma exhaló un aroma de jazmín tan intenso y cautivador que se ha impregnado en la conciencia de millones de terrícolas (libios, sirios, egipcios, árabes, iraníes, pakistaníes, israelíes, palestinos, españoles, mexicanos, islandeses, tunecinos, marfileños, et al).

Es falso creer que África y Medio Oriente son tierras homogéneas. Las naciones, razas y tribus que ahí coexisten, tienen ritos y hábitos únicos, las circunstancias que las componen son tan diversas como la riqueza natural que las cobija. Lo que sí se puede (re)afirmar a partir de la revolución del jazmín, es el coraje y la resistencia intrínseca de esas tierras. También se ha develado –once again– la hipocresía y avaricia de la OTAN, dejándola en la ignominia ante la opinión pública –crítica y analítica–, pues en las últimas décadas fungió como el principal promotor y aliado de los tiranos caídos. Por si fuera poco, ha hecho que ingenuos como yo sigamos esperanzados, aunque sea mínimamente, en que el hombre cese en su intento por exterminarse a sí mismo.

Desde mi perspectiva se conjuntaron tres elementos esenciales para la irradiación de las revueltas: la secularización de las mismas; las protestas con una ideología fuerte, demandante y humana,  pero con actos pacíficos (salvo algunas excepciones, sobre todo en el caso de Libia, donde la revuelta ha devenido en una guerra civil, aunque los grandes emporios mediáticos traten de establecer a los rebeldes como los buenos y al grupo de Kadafi como los malos); y el equilibrio, previa fusión, de la individualidad con la colectividad, del bien común como sinónimo de satisfacción personal, de la actitud solidaria con el prójimo como una herramienta de crecimiento integral.

Vivimos en un mundo polarizado, sitiado por militares y policías, a merced de armas y sustancias que fácilmente pueden acabar con nosotros. Poseídos por el dinero y las ganas insaciables de poder, esos individuos que lo mismo negocian con autos que con personas, han establecido un régimen represivo donde las libertades son privilegios, donde las constituciones y los derechos humanos no pasan de ser buenas intenciones (recomendaciones), donde ser feliz no es el hecho de ser y estar –y por ende disfrutar–, sino tener, comprar, poseer, lucir, etc., donde el camino de la integridad rumbo a la plenitud luce más desolado que nunca.

Si en Túnez y Egipto la verdadera revolución comenzó después de haber echado a sus máximos dirigentes, en países como Yemen, Siria, España e incluso México, el proceso para que el descontento social se convierta en algo tangible y logre un cambio sustancial, carece de bases sólidas, de cimientos que soporten semanas o meses de mítines, huelgas y marchas, y meses o años de reestructuración de las instituciones, empezando por la familia y terminando por el Estado.

Evidentemente la vida tampoco puede ser un cuento de hadas, ni un pasaje perfecto sin obstáculos ni desventuras, porque en ese escenario no seríamos seres humanos, imperfectos, sensibles, pensantes, en todo caso seríamos una raza autómata, insensible, monótona, sin razón de existir. Pero tampoco debemos acostumbrarnos a ser ninguneados, a que unos cuantos decidan por nosotros, a que el uso de la violencia se legitime con tal de aplacar a los malvados, a ser parte de batallas ociosas, a la repulsión y el rencor contra quienes son distintos, a la desgracia ajena, a la banalización de pensamientos y sentires, a la decadencia generalizada, porque si cedemos ante ello, entonces sí estaremos cerca de ser una raza autómata, y lo único que cambiará será el método –nada rosa– por el cual llegaremos a ese punto sin retorno.

* Si desean ver el seguimiento noticioso del tema vayan a la siguiente dirección: http://es.scribd.com/doc/56511349/La-revolucion-del-jazmin-Seguimiento-y-Articulo Con detalles, resumen de los hechos, fuentes y comentarios.

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